Alma Delia Murillo
27/12/2014 - 12:00 am
Estupidez artificial
Hablemos de estupidez y aceptemos que es una característica distintiva de la especie humana. Lo digo sin ánimo de ofender. Y aclaro, desde ya, que abordo el tema parada en un lugar muy lejano al del arrogante que se considera inteligente y con derecho a señalar a los tontos. No, yo me asumo estúpida como […]
Hablemos de estupidez y aceptemos que es una característica distintiva de la especie humana. Lo digo sin ánimo de ofender.
Y aclaro, desde ya, que abordo el tema parada en un lugar muy lejano al del arrogante que se considera inteligente y con derecho a señalar a los tontos. No, yo me asumo estúpida como la que más en esto de portar el título de ser humano.
Claro que resulta incómodo hablar del asunto por donde se mire, sobre todo en estos tiempos donde la verdad ha sido catalogada como políticamente incorrecta y nos hemos empeñado en disfrazar de causa social nuestras limitaciones, intolerancias, visiones unilaterales y neurosis personales.
Pero me aventuro a poner el dedo en la llaga porque me resisto a aceptar que la vida debe mirarse a través de cuanta ideología perversa hemos concebido para amasar nuestras sociedades hasta dejarlas bien espesitas de conceptos fantasiosos que para lo único que sirven es para no mirar hondo y para no pensar con profundidad. Así que citando a Robert Musil, y luego de haber leído su ensayo “Sobre la estupidez”, apelaré a la misma razón que él para insistir en el tema: “Si la estupidez no se pareciera tanto al progreso, el talento, la esperanza o la mejora, nadie querría ser estúpido”.
Lo que les propongo es un ejercicio para mirarnos con perspectiva, cosa harto difícil en este vomitadero de información y palabrería digital que constituyen nuestro pan de cada día. Pero tratemos.
Poniendo un poco de distancia y con ganas de ser autocríticos me parece que encontraremos tres variables que, para abrir boca, deberían provocarnos por lo menos a la curiosidad sana de preguntarnos si las prácticas contemporáneas de las que tanto alardeamos, no son señales sintomáticas de una pérdida de inteligencia colectiva.
La primera variable, a la que ya me refería al principio de este texto, es que, en nuestro hiperbólico culto al yo, anteponemos una monomirada –para llamarle de alguna manera- sobre la realidad. Es decir que en lugar de ampliar nuestros puntos de vista y tener una cosmovisión cada vez más amplia, diversa y enriquecida, nos empeñamos en creer que nuestras creencias (o carencias) personales son tan importantes y vitales que deben convertirse en causas sociales a las que los demás deberían sumarse en colectivo.
Dice Musil que entre la vanidad y la estupidez existe una relación íntima. Y yo agregaría que directamente proporcional.
Lo que yo creo, lo que yo considero como justo, lo que yo catalogo como prioritario tendría que volverse la escala común; en resumen: mis ideas y batallas personales son más importantes que la realidad. ¿Ejemplos? Cuando ser feminista es más importante que ser mujer y ser mujer es más importante que ser humano; cuando el veganismo y la defensa de los derechos a los animales a ultranza olvida que a diario mueren más de veinte mil personas de hambre; cuando talar árboles vivos para llevarlos a morir al interior de la casa porque nuestros afectos navideños o fe judeocristiana son incuestionables, cuando pagamos un auto que puede costar más que una casa y un etcétera larguísimo. El hecho es que se nos hacen grumos en la sesera para discriminar las banalidades de lo prioritario y hasta de lo urgente. Si las tuviéramos claras, estaríamos todos, urbi et orbi, dijera su amigo el Papa; en una actividad frenética por evitar que un niño muriera en el mundo cada tres segundos como actualmente ocurre por falta de acceso al agua y por las enfermedades derivadas de la hambruna, o estaríamos rascando en las fosas con nuestras propias manos para desenterrar a los desaparecidos y no habríamos permitido que las niñas secuestradas de Nigeria permanecieran más de seis meses en esa situación terrible.
Porque la vida humana no es una ideología, es la vida. Y no hay bestia en el reino animal que traicione y abandone a los miembros de su especie como nosotros, los humanos.
Ahí lo voy a dejar.
Hablemos ahora de la segunda variable: la comodidad.
A favor de la comodidad estamos perdiendo la memoria a corto plazo, las habilidades motrices, elevando los niveles de obesidad por el sedentarismo, contaminando escandalosamente nuestros océanos porque todo lo que consumimos lo queremos envuelto, empaquetado, embalado y en porciones de las que desperdiciamos casi la mitad en todo el mundo. Las estadísticas están ahí: se produce comida para alrededor de doce mil millones de personas, en la Tierra somos poco más de siete mil millones y aún así hay una crisis de hambre.
En pro de la comodidad hemos creado una plaga de autos que está colapsando ciudades enteras. Para evitar la fatiga hemos desarrollado un software tras otro, plataformas novedosísimas, Apps encantadoras e incontables códigos de programación que constituyen eso que llamamos inteligencia artificial, y, como a toda inteligencia corresponde su forma de estupidez, me pregunto si no estaremos desarrollando también una estupidez artificial como opuesto complementario de nuestra flamante era tecnológica que con todo y sus innegables beneficios, lentamente nos está haciendo desaprender lo aprendido. Falta muy poco para que se olvide la caligrafía y el sofisticado ejercicio de escribir con tinta sobre el papel vaya quedando relegado al concepto de arte antiguo.
Ya sé que me dirán pesimista o retrógrada, que es tiempo de cambiar el discurso pero esto no es un discurso, son hechos que dan cuenta de las decisiones que los seres humanos tomamos en lo individual y en lo colectivo. Y que reflejan nuestro estado mental.
Cometemos torpezas vergonzantes movidos por nuestro voraz deseo de comodidad y de tener posesiones sin darnos cuenta de que atentan contra nosotros mismos y nuestra evolución. No digo que volvamos al cincel y a la piedra, digo que no estaría de más aguzar el entendimiento frente a lo que estamos haciendo.
Un tercer indicador y ya casi termino: la manera en la que, en defensa de lo “correcto” o lo “incluyente” con argumentos que la mayoría de las veces no son más que cascarones sin consistencia, atentamos contra el sentido del humor, rasgo de inteligencia incuestionable de nuestra especie. Porque el sentido del humor revela capacidad de síntesis, habilidad para hacer una lectura simbólica de las palabras o los hechos y la posibilidad de transgredir y romper reglas para evolucionar hacia otro estado de las cosas. Todo eso se resume en inteligencia cuando somos capaces de reírnos de la realidad y de no ponerle reglas al mecanismo que hace andar esta habilidad.
Pero me temo que ya tenemos un club de damas y caballeros que en defensa de las buenas maneras, pretenden regular también esta manifestación. En pleno siglo XXI.
El estado mental de nuestra sociedad reflejado en palabras, juicios, acciones, ideologías, asignación de prioridades, habilidades mentales en franca desnutrición como la memoria que poco a poco vamos remplazando por chips con registros de todos nuestros datos me hacen insistir en la pregunta: ¿nos estamos volviendo tontos?
Me gustaría pensar que no, que esta transición nos llevará a algún otro lugar que se convertirá en hito del crecimiento humano porque aunque resulten tremendamente seductores los beneficios de la estupidez pues, para decirlo sin rodeos, hacerse pendejo es una estrategia de salvación infalible; sería una pena que abandonáramos la lucha por el desarrollo de la inteligencia profunda, libre de prejuicios y de prótesis ideológicas o digitales. Sería terrible que prefiriésemos las ideas fijas y reguladoras en lugar de apostar por la inteligencia hirientemente lúcida.
Y ojalá dejemos las creencias perversas, la persecución torpe y desatinada de todo lo que impide mirar la realidad y permitamos que la razón evolucione. No abandonemos la resistencia en pro del pensamiento complejo y, a modo de propósito para el año que está por empezar, hagamos lo necesario para que esta estupidez artificial no se convierta en estupidez estructural nunca.
Mi abrazo agradecido para cada uno de ustedes por su compañía a lo largo de este 2014 agonizante y mi necedad en pie: no se rindan, no me rindo.
@CompaAlmaDelia
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